Érase una vez un planeta llamado Tierra, en el que cayó una lluvia de estrellas. Las estrellas tenían vida, eran pequeñas y no sabían por qué estaban allí. Se miraban unas a otras, pero no se conocían y no había dos que fuesen iguales, cada una era original.
Un día en un lugar llamado Nazaret una de las estrellas descubrió cuál era su Misión. Aun sin entender del todo, se vio envuelta en una gran Luz; esa Luz con sus rayos iluminaba a todas las estrellas que estaban en la Tierra.
Pero las estrellas seguían sin conocerse y, peor aún, no se ponían de acuerdo en casi nada; iban de un lado para otro y no les interesaba volver la cara al Sol.
Decidieron que, como era muy molesto con sus Rayos de Luz, lo mejor era eliminarlo, y así lo hicieron.
¡Pobres estrellas ignorantes!, No tenían ni idea de lo que hacían. Pues el Sol, sabiendo lo que le esperaba, decidió libremente darse a sí mismo; era tanto el Amor con que Amaba a las estrellas que se partió y repartió entre todas, quedándose con ellas para siempre.
Fue así como en el planeta Tierra fueron descubriendo poco a poco algunas estrellas: quienes eran, por qué estaban allí, de donde habían venido y hacia donde tenían que ir.
Los Rayos del Sol les iluminaban el camino abriendo así las Puertas de su Reino, guiándolas a todas otra vez hacia el cielo, de donde un día, como una lluvia de estrellas, cayeron.
Manuela González Aguilera
Un día en un lugar llamado Nazaret una de las estrellas descubrió cuál era su Misión. Aun sin entender del todo, se vio envuelta en una gran Luz; esa Luz con sus rayos iluminaba a todas las estrellas que estaban en la Tierra.
Pero las estrellas seguían sin conocerse y, peor aún, no se ponían de acuerdo en casi nada; iban de un lado para otro y no les interesaba volver la cara al Sol.
Decidieron que, como era muy molesto con sus Rayos de Luz, lo mejor era eliminarlo, y así lo hicieron.
¡Pobres estrellas ignorantes!, No tenían ni idea de lo que hacían. Pues el Sol, sabiendo lo que le esperaba, decidió libremente darse a sí mismo; era tanto el Amor con que Amaba a las estrellas que se partió y repartió entre todas, quedándose con ellas para siempre.
Fue así como en el planeta Tierra fueron descubriendo poco a poco algunas estrellas: quienes eran, por qué estaban allí, de donde habían venido y hacia donde tenían que ir.
Los Rayos del Sol les iluminaban el camino abriendo así las Puertas de su Reino, guiándolas a todas otra vez hacia el cielo, de donde un día, como una lluvia de estrellas, cayeron.
Manuela González Aguilera
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