jueves, 21 de febrero de 2013

La princesa ingenua

Erase una vez, en un País imaginario, vivía una hermosa princesa en edad casadera. Según su cultura, para salir del “palacio”, y de las dependencias de sus padres, tenía que ser casada.


En aquel tiempo, todas las jóvenes del lugar, las preparaban desde niña para desempeñar bien su papel. Para ello, la enseñaba a bordar, planchar, cocinar…  Los regalos que recibían desde pequeñas, eran en relación con el papel asignado.


Incluso, la letra de las canciones de sus juegos, también las limitaban, pues solo podían aspirar a cuatro estados, cuando llegaran a la edad adulta: soltera, casada, viuda o monja.


A partir de los doce o trece años, empezaban a cotejarlas los mozos del lugar. Una vez hecha la elección de “su príncipe” comenzaba el noviciado, que podía durar más de una década.


Esta era la sociedad, en la que vivía la hermosa princesa, que no por serlo, era distinto para ella. Llegaban a la región, hermosos príncipes interesados en conocer a la joven, pero sin acercarse al palacio ni a los reyes, pues tenían temor de que no les dejara hablar con la princesa.


Un día, llegó un caballero, buen mozo, todos los del lugar se preguntaban con curiosidad, quien era ese bello doncel. Había entrado sin anunciarse, apenas sin hablar, sin embargo consiguió una audiencia con la princesa, que nada más verla, quedó prendado de ella y algo así le ocurrió también a la joven. Se enamoraron el uno del otro, desde ese mismo instante.


Después de un breve noviazgo para conocerse mejor, decidieron compartir sus vidas para siempre y la reina madre del príncipe, comenzó a organizar los esponsales.


¡Inexperta e infantil princesa, sin experiencia de la vida!


No vieron sus ojos, que iba a cambiar de palacio, después de su casamiento, más no del régimen establecido. No escuchó los consejos que le dio su madre, al salir del hogar, donde había nacido.


Tampoco vio, la letra pequeña que firmó al concluir la ceremonia, era imposible de ver, ya que estaba escrita con tinta mágica. Era una pócima, que tenía guardada la madre del príncipe, la cual la convertía a ella, en Regente de la vida de casados de ambos jóvenes, de la familia que formará, e incluso hasta manejar otros bienes, hasta que la muerte los separase.


Moraleja·  No te dejes deslumbrar por nada, ni por nadie.·  Ni dejes las riendas de tu vida a otras personas.·  No firmes nada, sin leer la letra pequeña.·  No te pase como a la ingenua princesa, que vivió la mayor parte de su vida, cumpliendo la voluntad de la madre Regenta, hasta la muerte.


Manuela González Aguilera



viernes, 15 de febrero de 2013

¡Oh Jesús Amado!

¡Oh Jesús Amado!

Que arrepentida estoy,

De haber rechazado tu Gracia,

No podía aceptar, ese Don.


Tan impensable,

Tan imposible para mí,  

Tan indigna...

Cómo, aceptar tu Beso,

Como, sellar tus labios,

Con los míos, tan “feos”

Eso no podía ser...

Es un engaño espiritual,

No viene de tu Espíritu.

Tú, Majestuosamente,

Conociendo mí pesar,

Inclinaste tu rostro hacia mí,

Me besaste en la mejilla,

Me besaste, en la barbilla.

Volviendo en mí,

No salía de mi asombro,

Ha debido ser, un sueño,

Un sueño hermoso, increíble.

He soñado que mi Amado,

Ha bajado a visitarme,

Y ha sellado con beso enamorado,

Este Amor de Dios,

Incomprensible y “loco”.

Manuela González Aguilera













viernes, 8 de febrero de 2013

Me duele el dolor humano

¡Ay, Señor, cómo me duele el dolor humano!

¡Cuánta aceptación en la lucha para ganar la batalla, a esta enfermedad llamada Cáncer, en este siglo.

¡Cuánta impotencia, ante la enfermedad terminal de familiares y amigos!

¡Cuánta indignación ante la pérdida del Bien Social!

Apenada te traigo tanto dolor, porque confío en Ti,

Creo en Tu Palabra, tú promesa, todo es para bien de los Amas.

El sufrimiento humano sin tu Luz, no tiene sentido, asociado a tu Cruz Redentora, sana y salva.

Sana mentes y corazones enfermos.

Bajas al infierno de nuestra vida, para arrancarnos del sufrimiento inútil, nos fortaleces y

vigorizas; nos confortas y vivificas, nos das valor para afrontar la dureza de la vida y 

elevarnos hacia Ti, para gozar aquí y ahora un cachito de tu Cielo.

Jesús, por los méritos de tu Pasión, danos tu bendición.

Bendice, nuestro dolor e incertidumbre.

Bendice nuestras enfermedades.

Bendice a todos, los que no tienen techo, pan y vestido.

Bendice a los que no tienen trabajo.

Bendices a cuántos han hipotecado su vida, para ofrecer a su familia una casa digna.

Bendice la desolación de toda la tierra.

Tú que entregaste hasta la última gota de tu Preciosa y Divina Sangre, 

por Amor a nosotros y por nuestra Salvación, que no sea en vano, tu sacrificio, Señor.

Antes bien, sea por siempre tu Amadísima voluntad. Amén


Manuela González Aguilera


martes, 5 de febrero de 2013

Oración meditada

Evangelio según san Lucas 9, 46-50
En aquel tiempo se suscitó una discusión entre los discípulos sobre quién de ellos sería el mayor. Conociendo Jesús lo que pensaban en su corazón, tomó a un niño, le puso a su lado, y les dijo: «El que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, recibe a Aquel que me ha enviado; pues el más pequeño de entre vosotros, ése es mayor». Tomando Juan la palabra, dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre, y tratamos de impedírselo, porque no viene con nosotros». Pero Jesús le dijo: «No se lo impidáis, pues el que no está contra vosotros, está por vosotros».  Palabra de Dios

Oración meditada
Trinidad Santa, os invoco en esta hora de oración, estoy en vuestra Presencia, os pido que seáis mi guía. Necesito conocimiento de vuestra Ciencia y Sabiduría, para conoceros y amaros desde vuestro Divino Amor; para conocer vuestra voluntad en mí y ofreceros mi voluntad a la vuestra.

Para mi razonamiento y orgullo, no entiendo el por qué, otros son los mayores, y yo estoy en último lugar -como recluida y con manos atadas-. No es tenido en cuenta el trabajo, el servicio, la entrega a Ti, en los demás, en mi tierra.

Tú conoces las miserias de mi corazón, y me hablas al corazón, a través de la Palabra:

«El que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, recibe a Aquel que me ha enviado; pues el más pequeño de entre vosotros, ése es mayor»...

Me hablas de pequeñez, humildad, apertura hacia Ti, para descubrir tu voluntad en mí; y descubro lo importante que soy para Ti, a pesar de mis miserias. En realidad, es lo que más deseo: ser para Ti, no para el mundo. Pero he de renunciar a los primeros puestos, y necesito vuestra ayuda, para ser limpia de corazón y olvidarme de mi misma, de mi presunción. Ser pequeña como niña, acoger, escuchar y recibir tus cosas, con humildad y sencillez de niña, como quieres Tú.
Trinidad Santa, ayúdame a cumplir vuestra voluntad.

Manuela González Aguilera