viernes, 14 de febrero de 2014

El Centinela

Erase una vez, porque así comienzan todos los cuentos…
En una vieja Iglesia perdida en la geografía. Un grupo de Catequistas, junto al Sacerdote, compartían entre todos, el trabajo que tenían...

A uno de ellos, le tocó hacer de centinela, así que, lo enviaron a la torre más alta de la Iglesia, con un encargo especial: <...
a Comunidad, para recibirlo con los honores que corresponde a un Emisario>>

El Catequista, feliz con el encargo dado, se subió al campanario de la Iglesia, en la torre más alta, para hacer bien su trabajo. Día tras día, esperaba a ver si veía llegar a dicho mensajero. Poco a poco, fue perdiendo la ilusión del primer día y cansado de tanto esperar, se quedó dormido de aburrimiento.

Mientras, los demás grupos en la vieja Iglesia, se ocupaban del trabajo ordinario. Iban y venían en sus quehaceres, a veces monótonos e incluso, algunos sosos. Pasaba el tiempo y se olvidaron del pobre centinela, sentado en la torre más alta, esperando aún, noticias del Rey.

Un día, el centinela, tuvo un sueño, en el que se veía sentado escribiendo… ¿Qué sitio es este, se preguntó? ¿Qué hago aquí en lo alto?

Surgió una voz de su interior, que le decía:
<> Soy tu Dios, quien te mueve, ve tomando conciencia de esto. “Ve, Yo te envío”, comunica, que eres tú eres mi mensajero. Diles, que cada uno de ellos, es mi centinela, que no esperen más Emisarios, ya os envié el mejor de todos <>

El pobre centinela, abrumado, no sabía cómo iba a dar aquella Noticia. ¿Y si lo tomaban por “loco”?… lo único cierto para él, era, que tenía que dar la Buena Noticia que le había sido encomendada, no podía guardarla solo para él, tenía que comunicarla a todos, aunque lo tomasen por loco, o recibiera “bofetadas”.

El Rey, conocedor de corazones, sabía las dudas que guardaba el centinela, y le dijo <>, tú ve, y haz el encargo que te he dado, lo demás, déjalo en mis manos…

Con la confianza puesta en el Rey, como Padre y Señor suyo, bajó de la torre, donde se había instalado por años, esperando, para comunicar el mensaje que le había sido confiado. Por calles y plazas, en la vieja Iglesia, o a través de todos los medios a su alcance, tenía que llevar el encargo recibido en su interior, revelado en la Palabra, hasta llegar “a los confines de la tierra”: La Buena Nueva del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, Salvador del mundo.

Manuela González Aguilera

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