María y José van de camino a Belén, subida en la
mula Ella, y José a pié. Cada año, los acompaño en este camino de fe. Más era
el sitio, que no encontraban, donde quedé. Tantos detalles se me pasaban...
dormida, en el Portal de Belén.
En
aquel entonces, el mundanal ruido de las posadas, las gentes instaladas, las
puertas cerradas y el egoísmo, brotaban a flor de piel. Nadie les abría la
puerta, aunque escucharan la llamada de José.
¿Para
qué molestarse en abrir? ¿Y si me complican la vida, qué? Mejor es ignorarlo,
que pase de largo y llame a otra puerta pues...
Tan
solo un posadero malhumorado, por la insistencia de José, les dio alojamiento
en un portal, alejado de la casa, a él y a su mujer. El silencio de la noche, fue testigo de la Luz, que
acababa de nacer.
¿Qué diferencia hay, del hoy, con el ayer?
Jesús
nace por la fe, sigue enviando mensajeros... nos envía a María y José. La
historia se repite una y otra vez, continúan encontrando trabas, tanto hoy como
ayer. El mundanal ruido, las puertas cerradas, la gente instalada y el egoísmo
humano, nadie quiere, saber de Él.
Sus
preferidos son los pobres, camino de Belén.
Los pobres materiales, para que se les dé de comer; los espirituales, porque
tienen hambre y sed de Él.
Los
enfermos, tullidos y ciegos... los “consideraos” menos que basura, por su
pobreza y escasez, gritan unísono:
¡Jesús,
sálvame!
Para
eso vino al mundo, y lo puso de al revés, los últimos serán los primeros, en el
Reino de Yaveh.
Manuela
González Aguilera
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